La palabra, la calle, el mundo: obra y legado de Humberto Giannini

giannini

Los libros toman las palabras que se han dicho, pero no dicen por qué se han dicho, ni cuándo, o qué le importaba al que lo decía”, declaraba hace dos años Humberto Giannini (1927-2014). Sin embargo, agregaba, “la comunicación es mucho más. ¡Es mucho más! Es mucho más viva, es mucho más que el lenguaje puro”.

Para quienes lo tuvieron como profesor, asistieron a sus ponencias o lo vieron en TV, lo anterior suena muy gianniniano. “Cuando uno lo lee, o cuando lo escuchaba en una conferencia, la sensación era que él quería tener una conversación”, declara Agustín Squella. No extraña, entonces, que el primer artículo que dio cuenta del último proyecto de investigación que encabezó (Dar la palabra o de la insolvencia del yo, 2011) arrancara con una afirmación que él mismo había hecho hacía 30 años: “La filosofía es una de las formas más excelsas y difíciles de la comunicación, al menos por esto: porque toda cuestión filosófica está saturada, por decirlo así, de la omnipresencia de la palabra”.

Ese proyecto Fondecyt, ejecutado entre 2011 y este año, llevó por título El horizonte ético-político del perdón y la promesa: claves de una ética dialógica. Eva Hamame, académica de la UDP y coinvestigadora, constata allí “una estrecha relación de continuidad” con líneas de trabajo que el autor de Desde las palabras  “había elaborado, intuido y desarrollado desde Reflexiones acerca de la convivencia humana (1965), al tiempo que prolonga una investigación conjunta, inmediatamente anterior, sobre “la íntima vinculación que existe entre lenguaje y acción”. Así, el análisis del perdón y la promesa permitió “identificar la estructura conflictiva de la experiencia moral, en la que conviven vulnerabilidad y dignidad, reciprocidad y asimetría, ofensa y reparación”. Acaso reforzando lo escrito por su colega Jorge Acevedo: así como hay filósofos del lenguaje o de la historia, “Giannini puede ser llamado el filósofo de la convivencia y la tolerancia”.

LONGSELLER

Giannini ha sido un longseller filosófico gracias a un libro que parió pocos  años después del “Once” y que pretendió “devolver al pensamiento pensado su calidad de pensamiento pensante”: Breve historia de la filosofía fue declarado material didáctico complementario por el Mineduc en 1986 y, por lo tanto, le ha sido familiar a muchos estudiantes que se enfrentaron a una pluma reflexiva, vívida y aclaratoria.

Pensador cristiano, no pretendió la neutralidad en esta obra (ni en las demás): le discutió a Heidegger y a Sartre, por ejemplo, pero como quien dialoga con ellos. Formado en la U. de Chile, continuó sus estudios en Italia, donde su gran maestro fue el romano Enrico Castelli. Otra inspiración vino de Paul Ricoeur, referente  de la filosofía francesa: al decir de Patrice Vermeren, gracias a éste “dirige su reflexión hacia el problema de la intersubjetividad, de la posibilidad ontológica de una comunicación entre dos subjetividades”.

Aunque reflexionó, investigó y publicó en un ámbito rotulable como “tiempo e historia”, Giannini se movió ante todo en “la esfera de los bienes compartidos”. En la dualidad soledad/compañía, en la experiencia común, en la tolerancia, entendida como un “escuchar la invitación del pensamiento ajeno a que hagamos nuestra su posibilidad”.  Y cabe agregar, como recuerda Eduardo Carrasco, que “buscó siempre desde la filosofía que sus escritos respondieran de alguna forma a los problemas sociales y políticos que vivía el país”.

Fundador de un departamento de filosofía clausurado tras el Golpe, además de director de la Biblioteca Central de la “U” en los 90 y más tarde agregado científico en Roma, desarrolló vías heterodoxas en la elaboración intelectual y en las herramientas investigativas. De lo primero da cuenta el asombro y desconcierto que manifiesta Ricoeur en su entusiasta prólogo a La “reflexión” cotidiana (1987); de lo segundo, el que alumnos suyos hayan indagado en los bares para mejor articular, en el mismo libro, un discurso acerca del domicilio, de la calle y del trabajo.

Carrasco, colega y ex alumno, cuenta que junto a otros estudiantes se juntaban los sábados y a veces los domingos en su casa a estudiar la Ética Nicomaquea, de Aristóteles. Hamame destaca, por su lado, la huella dejada en investigadores como ella misma, así como “su disposición para reunirse con estudiantes de educación media o universitaria de cualquier lugar del país”. ¿Algo más, pensando en un legado? Por de pronto, el reconocimiento colectivo expresado en el libro Humberto Giannini: filósofo de lo cotidiano (2011).  Y, quizá, algo que plantea Squella: “Entre tantos colegas interesados en normar la condición humana, Giannini me pareció siempre más interesado en entenderla y compadecerla”.

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